“¿Quién nos separará del amor de Cristo?” (2)
[Romanos 8:35–37]
Romanos 8:35–37 dice: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: ‘Por causa de ti somos puestos a muerte todo el día; somos contados como ovejas para el matadero.’ Pero en todas estas cosas salimos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.” La semana pasada, en el culto del miércoles, meditamos solamente en Romanos 8:35 bajo el título “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” (1). Hoy, al meditar los versículos restantes 36–37, queremos recibir la gracia y el desafío que nos dan.
Romanos 8:36–37 dice: “Como está escrito: ‘Por causa de ti somos puestos a muerte todo el día; somos contados como ovejas para el matadero.’ Pero en todas estas cosas salimos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.” La frase “como está escrito” se refiere al Antiguo Testamento, al Salmo 44:22: “Por causa de ti somos puestos a muerte todo el día; somos contados como ovejas para el matadero.” “Este salmo se considera un lamento ferviente ambientado en la crisis causada por la invasión del rey asirio Senaquerib, y el versículo es citado por Pablo en su carta a la iglesia de Roma, que estaba sufriendo persecución extrema.” (Internet) En este pasaje, “somos puestos a muerte todo el día” significa el intenso sufrimiento y la angustia que se experimentan continuamente. Asimismo, “somos contados como ovejas para el matadero” expresa de forma figurada la situación de sentirse amenazado por la muerte, como ovejas llevadas sin resistencia al sacrificio. (Internet) “Aun en tales condiciones extremas, el salmista confiesa que no olvidó a Dios, no quebrantó la palabra de Dios, no se encogió de ánimo y siguió caminando por la senda de la fe.” (Internet) “Este versículo contiene el mensaje espiritual de que, aun en las tribulaciones y aflicciones que podemos sufrir al procurar vivir conforme a la voluntad de Dios, debemos no perder el corazón hacia Dios y aferrarnos a la palabra ante dolores que no comprendemos.” (Internet) El mensaje central de Salmo 44:22 (citado en Rom. 8:36) es que, incluso en la realidad del sufrimiento que nuestra prudencia no puede entender, debemos confiar en la providencia de Dios, mirar sólo a Dios y mantener firme el camino de la fe. (Referencia: Internet)
En el Antiguo Testamento, en el libro de Daniel hallamos ejemplos de personas de fe que, aun en medio de sufrimientos incomprensibles, confiaron plenamente en Dios y conservaron firmemente su camino de fe.
(1) La primera gente de fe son los tres amigos de Daniel: Sadrac, Mesac y Abed-nego.
La situación incomprensible que afrontaron estos tres fue que, por desobedecer la orden del rey Nabucodonosor —“Cuando oigan el sonido de trompeta, flauta, lira, arpa, címbalo, y todo tipo de música, deberán postrarse y adorar la imagen de oro que Nabucodonosor ha erigido” (Dan 3:5)— “no adoraron los dioses del rey ni se postraron ante la imagen de oro que el rey había levantado” (v.12, Biblia Moderna), y por eso “algunos caldeos” los delataron entre los judíos. El furioso Nabucodonosor mandó traer a Sadrac, Mesac y Abed-nego de inmediato (v.13) y, tras comprobar que no adorarían la imagen (v.14), dijo: “Todavía una vez: cuando suenen la trompeta, la flauta, la lira y demás instrumentos, postraos delante de la estatua que hice. Si no lo hacéis, seréis echados en un horno de fuego ardiente. ¿Qué dios podrá libraros de mi mano?” (v.15). Sadrac, Mesac y Abed-nego respondieron al rey: “Oh, Nabucodonosor, no necesitamos defendernos ante ti en este asunto. Si hay que ser echados en el horno de fuego, nuestro Dios, a quien servimos, puede librarnos del horno de fuego y de tu mano, oh rey. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses ni adoraremos la estatua que has levantado.” (vv.16–18, Biblia Moderna). Encolerizado, Nabucodonosor ordenó calentar el horno siete veces más de lo habitual y mandó a hombres fuertes que ataran a los tres y los arrojaran al horno ardiente (vv.19–20). Así los ataron y los arrojaron al horno; por la fuerza del rey y la violencia del fuego, los que los arrojaron murieron quemados, y los tres cayeron atados en el horno ardiente (vv.21–23).
De este modo, conforme a Romanos 8:36 (cf. Sal. 44:22) —“Por tu causa somos puestos a muerte todo el día; somos contados como ovejas para el matadero” (Biblia Moderna)— Sadrac, Mesac y Abed-nego sufrieron tribulación y persecución, pero, como afirma Romanos 8:37: “en todas estas cosas salimos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”, ellos vencieron abundantemente sus pruebas y persecuciones. Arrojados al horno, “andaban en medio del fuego y no fueron dañados” (v.25), y cuando salieron, tal como dijo el rey, no tenían quemaduras; no se les había chamuscado el cabello, su ropa no se había deteriorado, ni había olor a fuego en ellos (vv.26–27, Biblia Moderna). Por eso Nabucodonosor exclamó: “…Bendito sea el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego, que envió a su ángel y libró a sus siervos que confiaron en él, los cuales desobedecieron el mandato del rey y dieron sus cuerpos antes que servir ni adorar a otro dios. Por tanto decreto que todo pueblo, lengua y nación que hable algo contra el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego, será despedazado y su casa convertida en un montón de estiércol; porque no hay otro dios que pueda librar como este.” (vv.28–29, Biblia Moderna). Y Nabucodonosor promovió a Sadrac, Mesac y Abed-nego en la provincia de Babilonia (v.30, Biblia Moderna).
(2) El segundo hombre de fe es Daniel.
Daniel, siendo sobremanera sobresaliente por su espíritu y colocado por encima de los sátrapas y gobernadores, fue propuesto por el rey para gobernar todo el reino. Pero los otros sátrapas y oficiales buscaron fundamento para acusarle en los asuntos del reino; no hallaron falta ni negligencia en él porque era fiel y no tenía culpa ni falta (Dan 6:2–4). Entonces pensaron que sólo podrían acusarle por su religión, y fueron donde el rey Darío para solicitar que se promulgue un decreto por treinta días que prohibiera orar a cualquier dios o hombre que no fuera el rey, con pena de ser echado al foso de los leones (vv.6–7). El rey firmó el edicto con su anillo (v.9). Daniel, sabiendo que el decreto había sido firmado, volvió a su casa, subió a su cámara alta, abrió su ventana hacia Jerusalén y oró tres veces al día, como antes (v.10). Los hombres que querían acusarlo lo vieron orando y fueron a informar al rey: “¿No firmó el rey el edicto de que cualquiera que ora a otro dios o hombre en treinta días, salvo al rey, será echado al foso de los leones?” (vv.11–12). El rey respondió: “La ley de los medos y los persas es que un decreto firmado por el rey no se puede revocar.” (v.12). Le recordaron que Daniel, un judío deportado, había desobedecido el decreto y orado a su Dios (v.13). El rey quedó muy angustiado y buscó cómo librar a Daniel, pero al ponerse el sol los hombres insistieron en que la ley no podía cambiarse (v.15). Así, a regañadientes, el rey ordenó arrojar a Daniel al foso de los leones. El rey dijo a Daniel: “Que tu Dios, a quien sirves continuamente, te libre.” (v.16). Muy de mañana al día siguiente el rey corrió ansioso al foso y llamó: “¡Daniel, siervo del Dios viviente! ¿Te ha librado el Dios al que sirves continuamente?” (vv.19–20). Daniel respondió: “¡Oh rey, vive para siempre! Mi Dios envió su ángel y cerró la boca de los leones, y no me han dañado, porque ante él fui hallado inocente; y ante ti, oh rey, no he hecho mal alguno.” (vv.21–22). El rey se alegró sobremanera y mandó sacar a Daniel; al sacarlo, no tenía ningún daño, porque había confiado en su Dios. (v.23).
Así, Daniel, como sus amigos Sadrac, Mesac y Abed-nego, siendo hombre de fe, “en todas estas cosas salió más que vencedor por medio de aquel que nos amó” (Rom. 8:37).
Nosotros también debemos, como Daniel y sus amigos, “salir más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (v.37). El objeto de nuestra fe —“Aquel que nos ama” (v.37)— es Jesucristo, quien no sólo murió sino que también resucitó (v.34); por la fe en Cristo Jesús debemos luchar y vencer toda tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro o espada (v.35). Creemos que Cristo Jesús murió por nuestros pecados para que recibamos perdón y seamos justificados, y que resucitó para nuestra justificación (cf. Rom. 4:25). Además, creemos que ahora “está a la diestra de Dios intercediendo por nosotros” (Rom. 8:34, Biblia Moderna): sostenemos la inquebrantable convicción (v.39, Biblia Moderna) de que nada puede separarnos del amor de Dios en Cristo Jesús nuestro Señor —y con esa certeza, por la fe, debemos luchar contra y vencer a nosotros mismos, al mundo, al pecado, a la muerte y al diablo. “Todo aquel nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe.” (1 Juan 5:4, Biblia Moderna).