Dios ya ha escrito los nombres de todos los creyentes que ha salvado
en el Libro de la Vida del Cordero que fue inmolado.
«Aconteció en aquellos días que César Augusto promulgó un edicto para que todo el mundo habitado fuese empadronado. Este primer empadronamiento se hizo siendo Cirenio gobernador de Siria. E iban todos a inscribirse, cada uno a su ciudad. Y José subió también desde la ciudad de Nazaret en Galilea a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa desposada, la cual estaba encinta.»
Al meditar en estas palabras, deseo recibir la enseñanza que nos ofrece:
(1) Aquí, la palabra «empadronar» traduce el verbo griego ἀπογράφεσθαι (apographesthai), que significa: «inscribir en un registro o documento público; en particular, inscribir los nombres de los hombres, sus bienes y rentas en registros oficiales.» Este verbo aparece solo cuatro veces en el Nuevo Testamento, y siempre señala un acto decisivo de registro oficial: sea cuando las autoridades terrenales realizan un censo, o cuando Dios mismo inscribe en los cielos a los redimidos (fuente: Internet).
(a) El trasfondo histórico y cultural de esta palabra es que en el mundo grecorromano los gobiernos mantenían listas sistemáticas de ciudadanos, propiedades y personas sujetas a impuestos. Los registros eran normalmente ordenados por decreto imperial y tenían fuerza legal. El inicio del evangelio de Lucas sitúa el nacimiento de Jesucristo en el marco de un empadronamiento bajo César Augusto, enraizando el relato evangélico en la historia verificable y mostrando cómo Dios dirige a los poderes terrenales para cumplir sus propósitos proféticos (fuente: Internet).
(i) Este verbo «empadronar» aparece solamente cuatro veces en el Nuevo Testamento, de las cuales tres están en el pasaje de hoy, Lucas 2:1, 3 y 5. El trasfondo es que «César Augusto» (emperador romano del 27 a.C. al 14 d.C.) emitió un decreto para que «todo el mundo habitado fuese empadronado» (v. 1). Cuando todos iban a inscribirse en su ciudad (v. 3), José, por ser de la casa y familia de David, subió de Nazaret en Galilea a Belén de Judea, la ciudad de David, con María, su prometida, que estaba encinta (vv. 4-5). Esto refleja el censo ordenado por la autoridad terrenal de César Augusto.
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La otra aparición del verbo «empadronar» se encuentra en Hebreos 12:23, donde se refiere a Dios mismo inscribiendo a los redimidos en el cielo: «a la asamblea y iglesia de los primogénitos inscritos en los cielos, a Dios, el juez de todos, y a los espíritus de los justos hechos perfectos.» [(Versión Popular) «Ustedes se han acercado a la congregación y a la iglesia de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, y a los espíritus de los justos que han llegado a la perfección.»].
 
Aquí, el participio griego ἀπογεγραμμένων (apogegrammenōn, «inscritos») es la misma raíz que el verbo «empadronar» en Lucas 2:1, 3, 5. La iglesia, como comunidad completa en Cristo Jesús [redimida por la sangre de Cristo (cf. Heb. 12:24)], es descrita como «la congregación de los primogénitos inscritos en los cielos» (Heb. 12:23).
— En conclusión, Hebreos 12:23 enseña que la congregación de creyentes que se acerca a Dios ya pertenece a la asamblea celestial de los primogénitos inscritos en el cielo. Subraya que todos los creyentes forman en Cristo una comunidad perfecta, viviendo como ciudadanos eternos del cielo aun en medio de las dificultades de este mundo, avanzando hacia la gloria celestial prometida por Dios (fuente: Internet).
(2) Así, cuando medito en los pasajes del Nuevo Testamento donde aparece el verbo griego «empadronar»—Lucas 2:1, 3, 5 (tres veces) y Hebreos 12:23 (una vez)—me doy cuenta de que, así como César Augusto mandó que se empadronara a todo el mundo [«que se hiciera un censo» (Versión Popular)] (Lc 2:1), también el «Rey de reyes» (Ap. 19:16), el «Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin» (22:13), el Señor de señores, ya ha inscrito en el Libro de la Vida del Cordero inmolado los nombres de todos los creyentes que Dios, desde antes de la fundación del mundo, amó y escogió para salvación (Ef. 1:4) (cf. Ap. 13:8; Fil. 4:3, Versión Popular).
(a) Y cuando medito en las palabras: «Todos iban a empadronarse, cada uno a su propia ciudad. También José, por ser descendiente de David, subió desde Nazaret en Galilea a Belén en Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su prometida, que estaba encinta …» (Lc 2:3-5), en relación con Hebreos 12:22: «Os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial» [(Versión Popular) «Ustedes han llegado al monte Sión y a la ciudad del Dios viviente, la Jerusalén celestial»], recuerdo Hebreos 11:13-16 (Versión Popular):
«Todos ellos murieron firmes en la fe, sin haber recibido lo que Dios había prometido. Pero lo vieron desde lejos y lo saludaron con alegría, reconociendo que eran extranjeros y peregrinos en este mundo. Los que hablan así dan a entender claramente que andan en busca de una patria. Si hubieran estado pensando en la tierra de donde habían salido, bien habrían tenido oportunidad de regresar a ella. Pero ellos anhelaban una patria mejor, es decir, la patria celestial. Por eso Dios no se avergüenza de ser llamado su Dios; al contrario, les ha preparado una ciudad.»
(i) Al meditar en la frase «anhelaban una patria mejor, es decir, la celestial» (v. 16, Versión Popular), pienso que yo también, como los antepasados de la fe, tengo ese mismo anhelo. Esto me recuerda la letra del himno 479 del Nuevo Himnario: «En este mundo doloroso yo voy».
(Estrofa 1)
En este mundo doloroso yo voy,
No hallo descanso, no hay paz aquí;
Lleno de penas, de pruebas sin fin,
Mas tengo mi patria, el cielo allí.
(Estrofa 2)
Aunque en el desierto sople el frío viento,
El camino ya pronto terminará;
Aunque tempestades azoten los montes,
Mi patria en el cielo me espera allá.
(Estrofa 3)
Con el Salvador que me redimió,
Disfrutaré de la gloria eternal;
Me reuniré con los santos amados,
En mi patria en el cielo, mi hogar final. Amén.